El Orgullo de Ser Dominicano

Publicado en por Alcides Pimentel Paulino

 

 

Mientras estaba de vacaciones en la República Dominicana este pasado agosto, visitando a la familia, un amigo francés me preguntó que no entendía por qué los dominicanos estaban orgullosos de su país.

 




Su reflexión, en principio, me pareció una frivolidad, pero me dio la idea de analizar este tema y realizar este artículo. Si lo miramos desde el punto de vista de un europeo, nuestro país es un caos, un universo de contradicciones; mucho tráfico (tapones), contaminación acústica en exceso, demasiados vehículos viejos, ruido y niños por todas partes.

 

El conductor dominicano abusa del claxon, apagones de electricidad, publicidad política por todas partes, interminables trámites administrativos. Si tienes la mala suerte de realizar cualquier sencilla gestión administrativa, reza diez ave María y cinco Padre nuestro, porque dicho trámite, si no contribuyes a la "corrupción nacional", conseguir cualquier papel se puede convertir en una odisea. Un tedioso asunto que puede transformar tus vacaciones en un trauma.

 

En Dominicana la leyes se hacen, pero casi nadie las respeta. No resulta sorprendente que algunas personas amanezcan con la música a todo volumen o que a primera hora de la manaña te despierten los vendedores de todo tipo de artículos, sin olvidarnos del sermón móvil que transportan pequeños vehículos que representan a una de las innumerables organizaciones religiosas que pretenden salvar al mundo.
En "Quisqueya" el tigueraje es a todos los niveles, a pesar de que el Gobierno intenta frenar esta fea costumbre dominicana que consiste en aprovecharse del prójimo, como pudimos ver en Boca Chica.
En nuestro país, los presupuestos no sirven de nada, siempre la gente intenta cobrar un poco más, y cuando te ven cara de viajero, que no quiere decir palomo, ni parigüayo, peor, ya que los "buscones" aparecen por todas partes.

 

Los tres aspectos que más llamaron la atención de mi amigo, fueron la gran cantidad de cheepetas, el fervor religioso y los innumerables residensiales que existen en el país. Se trata de tres temas chocantes, ya que como él mismo no dejaba de repetirme, se supone que estamos en un país pobre, o mejor dicho en vías de desarrollo. Lo que mi amigo no sabía es que en muchos países, mal llamados del Tercer Mundo, la creencia en Dios se convierte en una anestesia que frena la ambición de la gente y les permite alcanzar la fecilidad de manera más directa, sin grandes ambisiones económicas.
En cambio, para la juventud, solo existe un Dios, el Dios DINERO, que se manifiesta en forma de dólares, euros o pesos. Para muchos dominicanos que nunca han salido de su país, en el extranjero, el dinero se encuentra en la calle, como si se tratase de las hojas de los árboles.    

 

Para  acabar de arreglar la discusión con el francés, una tarde, mientras viajabamos en un vehículo, se escuchó por la radio un anuncio publicitario que afirmaba que la República Dominicana era "el mejor país del mundo". Menos mal que no ibamos en una voladora, ni en un motoconcho, ya que mi desinformado pana creía que el deporte nacional de nuestro país era el dominó para los hombres y la peluquería para las mujeres.

 

Cuando algunos extranjeros nos acusan de comer siempre lo mismo, la Bandera dominicana, yo les hago la siguiente reflexión. Es que acaso los españoles, por ejemplo, comen siempre tortilla de patata y paella o los franceses vino, queso y el "croissant national".  

 

Pensando de manera global, los dominicanos no somos culpables de vivir en un mundo tan materialista. Nosotros también formamos parte de ese fenómeno al que llamamos Globalización. Resulta demasiado exagerado decir que aquí, si tú no estás "montao" y tienes billetes las mujeres ni te miran.

 

Como en muchas otras partes del mundo, en nuestro país, los ricos son muy ricos y los pobres muy pobres. Aquello de la clase media que caracteriza a las sociedades más avanzadas, aquí es un espejismo, un término que solo existe en las estadísticas oficiales. Nuestro país no es exactamente pobre, el problema es que está mal administrado porque tradicionalmente, la política se ha utilizado como un mecanismo de ascenso social, por lo que no es extraño que éstos opten por enriquecerse durante su mandato, olvidando que el pueblo les eligió para servirle, no para malgastar el dinero del pueblo figuriando en una cheepeta. 

 

El "Homo sapiens politicus dominicanus" se ha alejado tanto de la realidad cotidiana del país que todavía nos siguen explicando que tenemos sangre indígena (Taína), en referencia a que el ciudadano de pie es tonto e inculto. Si bien es cierto que el dominicano, en general, no conoce su propia historia, se trata de un pueblo que ha sabido luchar "a brazo partio" para sobrevivir en este mundo cruel, en el que unos pocos son felices y la mayoría hemos venido a sufrir.

 

Fruto de la mala gestión política, cerca de un 10% de los dominicanos se han visto obligados a emigrar, en la mayoría de los casos en contra de su voluntad. Desgraciadamente, la migración no es un tema exclusivamente dominicano, sino que forma parte de la idiosincracia de la mayoría de los países pobres. El mercado de trabajo no puede absorber el crecimiento demográfico que se produce, empujando a una parte de la población a buscar un futuro mejor lejos de su país de origen.

 

Ante tal panorama, el dominicano ha sabido adaptarse a las circunstancias. La "apariencia" nos brinda la oportunidad para escapar de nuestra falta de futuro, de representar el papel del que vive bien cuando en realidad estamos en olla. Por esta razón, no sorprende nada observar que para muchos compatriotas, la crítica resulte tan atractiva, ya que solemos pensar que los demás están siempre mejor que nosotros.        

 

A pesar de los apagones, los cortes de agua, el calor sofocante o el desorden, en realidad, si lo analizamos en profundidad, el dominicano tiene suficientes motivos para estar orgulloso de su país. Somos el primer país del mundo en donde la mayoría de su población es mulata, hemos inventado el merengue y la bachata, tenemos algunas de las playas más bellas del mundo, el punto más alto de todo el Caribe, paisajes naturales como Los Haitises que te remontan a otras épocas, y una población hospitalaria y alegre que acoje al forastero como si fuese un conocido de toda la vida.

 

Aquello de que a los caribeños no les gusta trabajar y que siempre están de fiesta no es más que un estereotipo barato. En todas partes cuecen habas embusteros. Aquí también hay gente seria y trabajadora que anhela para ellos y sus familiares un futuro mejor. 

 

Afirmar que la República Dominicana es el mejor país del mundo, quizás resulte un tanto exagerado, pero lo cierto es que al tratarse de un tema tan subjetivo y sensible, es posible que tal afirmación no se alaje mucho de la realidad.

 

 

Alcides Pimentel Paulino

 

Publicado en El Nuevo Diario Dominicano (08/09/2009)

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